La cantidad de desastres aumenta cada año en el ámbito global. Esta tendencia está agravada por el cambio climático y el calentamiento global; ello induce a que la comunidad internacional advierta la urgencia de aumentar las acciones a nivel nacional y comunitario para reducir el riesgo, abordar la gestión de las vulnerabilidades y prevenir futuros desastres. Si bien es cierto que los distintos gobiernos y organizaciones parecen haber comprendido la importancia de reducir los riesgos y aumentar las resiliencias; poco o nada es lo que se ha hecho sobre la Gestión de Riesgos y la Salud Mental. Es imperioso abordar las necesidades psicológicas de todos aquellos involucrados, antes, durante y después de un desastre. Y esto es así ya que los desastres pasan, pero las “cicatrices de la mente” permanecen, generando un círculo de sufrimientos y pérdidas en individuos, familias e incluso en sociedades enteras, que perdura durante meses y años, saltando de una generación a otra (transmisión intergeneracional del trauma), sumando una carga emocional, psicológica, neurobiológica e incluso económica muy difícil de soportar.